Aún pasaba el aguador
por el borde de la acequia,
el viento aún sacudía
suavemente las caléndulas.
Aún subían mis versos
por un aceite de almendras
y con astrales fulgores
le daban brillo a tu trenza.
Todavía por la noche
con tus manitas de cera
sujetabas los atados
a los picos de cigüeñas.
por el borde de la acequia,
el viento aún sacudía
suavemente las caléndulas.
Aún subían mis versos
por un aceite de almendras
y con astrales fulgores
le daban brillo a tu trenza.
Todavía por la noche
con tus manitas de cera
sujetabas los atados
a los picos de cigüeñas.
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